Las Bolsas del Sol
lunes, 23 de mayo de 2011
CRÓNICA DE UNA CONTRAMARCHA ANUNCIADA
amarillo
DIRÁN QUE HUBO UNA VEZ UNA TATARABUELA ANARQUISTA
UN CIRCO DE MARIPOSAS NIHILISTAS
UNA HERMANA VEGETAL
TAMBIÉN HUBIERON PASTAS DE DIENTES FÓSILES
MUJERES CONTEMPORÁNEAS, MULTIPLICADORAS DE RÉPLICAS.
FETICHISTAS LANGUIDECIENDO POR UNA BOTITA
PERO LAS BALLENAS VIBRAN KILOMETROS
DE TIERRA, QUE ES AGUA Y, TAMBIÉN, SOL.
DE LAS ENTRAÑAS DEL CUADRADO MICROCENTRO
EN SUS PESTAÑAS, TE LLAMO: "COSMOS".
DE TUS OJEADOS REOJOS
SALDRÁN LAGRIMAS DE SAL.
TRAMANDO MANTRAS
Ilusionamos vida de amor, de placer y comodidad, sin imaginar lo que primero veremos en la calle, algo que luego visualizaremos en la vereda, hasta que entre por nuestra ventana. Una enredadera llena de naturaleza salvaje, o, una manada de pueblos rabiosos, ¿qué tan diferentes pueden ser sus fuerzas de revolución?; ambas se cocinan con la misma receta, se activan con el calor, sus cuerpos se humedecen con el agua. Sin embargo, ambas, enfermas por el mismo parásito que delimita su expansión, se congelan en el tiempo. Todo se vuelve predecible en este inmortal juego de cartas. Las palabras vuelan entre neuronas viviendo más que los seres que las piensan. La ruptura nos seduce con un paraíso sin miedos y desesperanzas. Nuestros brazos se estiran para abrazar un devenir fantástico, agotados de los mismos condimentos; materia siempre hambrienta de más materia. Huesos que no quieren más osteoporosis.
Depredadores innatos. Un comportamiento que de costumbre se hace cultura. Quiero al instinto de mi apéndice olvidado; ese semillero que nos recuerda que alguna vez fuimos fructíferos. Este no es el fin, y donde siempre gana la casa vendrá un abrazo de candentes aguas elevadas por tectónicas que con el crujir de una falange, rompen la mano de la masa idiota. Pero no temáis, luz, que la tierra nada en mareas sonrientes, calmas. No hay reloj que marque esos tiempos, pero si hay una fecha de vencimiento vigente y esa es la del fin de los dogmas articulados a este lenguaje arbitrario y universal, que tilda de locos a quienes desarrollan nuevos signos de percepción. Pero ya te he dicho luz, no temáis, porque todas las respuestas están en tí, en ese reloj que poco consultás. Venas campaneantes gritaran por vos, ahí vienes tú, regocijado de energía, para decirle a tus ojos “mis piernas llegarán a nuevas tierras”.
Debo admitir que no imagino una pradera llena de pinos extranjeros en acantilados sudamericanos, golpeados por el fuerte pacífico. No imagino un citytour por piedras volcánicas petrificadas de Sol. No imagino adicción metropolitana ni muchos menos a su cuenta gotas de humanos. No imagino mis ojos emblanquecidos, saturados de luz artificial.
Lo que imagino se parece más a un Re sostenido. Una caja acústica terrenal en las telarañas de una caverna. Un diente de león, decidido a suicidarse en las cataratas. Imagino lo más parecido a mis neuronas cocidas a punto caramelo; un devenir sin necesidad de convenir. Un refugio en las raíces de un baobab, desde donde contemplaré a mis arrugas escribir los versos menos pensados.
FRONTERAS EN LA MENTE
Néctar de los dioses, te imploró, no sueltes tu flor, pídele reparo que no hay ciclo de vida aquí. El ave se monta a la brisa de deseos y busca sin cansancio. El camino es amplio, las fronteras no existen. El alma vuela de regocijo vital. Planea sin tablas pitagóricas porque es, sin. Samborobón, el pac-man terrenal, allí llegás y al centro del mar vuelas, ave, te sumerges y te haces arena.
Magnífica historia vendrá en la transformación. Ambulancias chamánicas anuncian mi alegre despedida, pero que si tan lejos no me voy, hombre. Me voy adonde no estás vos, y adonde no está nadie también, porque allí no hay yo. Al menos intentaré tener la potencia 3G para reventar este bicho electrónico, pero dadá. Quizás ya intentaron otras almas, quedando pegadas al cable de teléfono, se escucha la interferencia celestial. Se hacen rayo en las tormentas otoñales. Aunque quizás es otra cosa lo que hacen, se hacen roedores y rodean, pájaros y pajarean, ballenas inmensas, tumbadoras de buques merqueros, blancos hasta la popa, escupideros de coca. Ten cuidado, motor, a ver si esa ola te tumba.
FOGATAS MILENARIAS
Existió una vez un pueblo que vivía a las laderas de un río sereno. Sus cuerpos tenían el olor de la tierra, y esta se mezclaba con los aromas de sus cultivos. Se divertían contando las estrellas en el espejo del río, escribiendo sin cesar constelaciones con sus propios dedos. Era una época en la que los cuerpos se pavoneaban entre sí, llenos de frenesí. Este legado acompañaría a la expansión de nuevas generaciones, y con ellas sus técnicas de cultivo y su herencia espiritual. Sin previo aviso, una noche a cielo abierto, un extranjero oscuro arribaba al pueblo, cargado de artillería pesada y rechinches metálicos. Así como las termitas devoran un árbol en pocos días, arrasaron hasta el último milimetro virgen de estas tierras encantadas.
Empezaría una nueva era para este pueblo. No alcanzaría a los hijos de este pueblo acumular el rencor suficiente para responder a la transgresión de sus ancestros. Guardarán el rencor y serán etiquetados de locos por la clínica extranjera. Pero por algún lado de su espíritu, en un recoveco escondido, quedará guardada la fórmula mágica. El río recobrará su calma y los pueblos volverán a cantar. Allí están todavía, hoy, a las laderas, esperando la calma de un río que de tantos vientos viejos tuvo que rebalsar numerosas veces para apaciguar el ardor. Allí esperan el día en que los bisnietos de la conquista vuelvan la vista a los pueblos y, en sinergia, canten todos juntos las notas de una nueva Sudamérica no más olvidada.
La actividad humana comenzó en América cientos de miles de años después que en otros continentes. Hasta hace varias décadas, se creía que la antigüedad del hombre en América no se remontaba más allá de veinte mil años. Posteriores estudios, elevaron esta cifra a más de cuarenta mil años. El sistema de parentesco conllevaba un nuevo régimen de relaciones entre las parejas, cuya continuidad debía asegurar la reproducción de los genes y de su fuerza de trabajo. Los estudiosos han prestado más atención a como se emplea la fuerza de trabajo que a la forma cómo se reproduce. En ese sentido, es importante la observación de Meillassoux: “La unidad doméstica es el único sistema económico y social que dirige la reproducción física de los individuos, la reproducción de los productores y la reproducción social en todas sus formas, mediante un conjunto de instituciones, y que la domina mediante la movilización ordenada de los medios de reproducción humana, vale decir de las mujeres”. El parentesco sería la ‘representación jurídica-ideológica” de las “relaciones de reproducción en la organización y gestión social”.
PENSAMIENTOS AISLADOS
Los relojes estallan. Bajamos a esta nueva dimensión. Está oscuro aquí, ¿el tiempo carece de estrella madre? Preguntémosle al mar negro de estrellas. Estos multiversos, ¿sombra de una piedra gigante? Cebollas galácticas, las mil y una capas. Se observa en la profundidad pero no profundamente. Es un ojo más grande que los multiversos, también observado, si su naturaleza es captar cómo los colores refractan del rebote de luz blanca en la materia. Apunto el zoom a la pequeña molécula y cuánto más me acerco, más compleja se hace. ¿Acaso existe aquello que llamamos profundidad?
Anhelo.
Si se quiere tomar la ruta, hay que saber abrirse camino. Conocer el contenido de nuestra mochila. Procurar plenitud espiritual.
Si, reconozco consciencia en la espontaneidad. También reconozco mis ojos divagar lo que la mente intenta no gesticular. Meditando descubro músculos faciales que consideraba don manipular. Caminos nerviosos cerrados para procurar angostas expresiones. Siento como mi sonrisa queda dibujada en mi rostro aunque no esté sonriendo, en realidad. Es una sonrisa oblicua, tironeada hacía mi ojo derecho, arrastrando el perfil izquierdo, y a su pómulo, ojo izquierdo, y ojera, también. ¿Qué sentimientos se esconden en esos rígidos músculos?
Luz mañanera. El sauce en mi ventana me dice: si, rotamos.
Abro el ropero. A la derecha, una fila de trajes superfluos, camperas de crucigramas, saltamontes taciturnos, guantes de elocuencia. A la izquierda, cuelgan taparrabos silvestres, telares infinitos que me desenredan el cuerpo, giro y giro y vuelvo a girar y ahí recupero el equilibrio. El lado izquierdo me viste sin pedirme ayuda. Debajo, unos compartimientos de madera resguardan brazaletes de guindas, me las como, están ricas, pican detrás de la lengua, estiran mi sonrisa sin humor. Abro paso sumergida en el ropero. Por el fondo, enaguas negras, banderas de seda oscura se mueven por el viento, ahí, dentro del ropero, al final del lado izquierdo y derecho, donde termina la madera. Esa madera de la que estoy hecha yo, es la que cubre mi ropero. Vuelvo del fondo profundo, si me sumerjo ahí quizás no vuelvo más. Probemos introducir un brazo, quizás hay materia solida donde al menos apoyar los pies. No. Nada. Suave, igual. Dejaría el brazo aquí un rato más. Sube unos grados el amarillo del sauce. Eso es buena señal. Una buena señal que me dice que si apoyo el cuerpo sobre la base del ropero, tranquilamente, puedo estirar la cabeza dentro de las tiras danzantes de seda negra. Los oídos ahora escuchan. Es el sonido del mar en este caracol de seda. Acá se ve para todos lados. ¿Dónde está el radio de circunferencia en este escenario? Tranquila. Podés perder el equilibrio si pensas así. Los músculos de mi espalda me salvan de esa caída. Aleteando contemplo. Qué maravilla. Es bello. Realmente, bello. Bello y negro. Bello, vacío, lleno de aire. Lo contemplo un poco más. Me veo a mí, ahora ya no es real. Ahora es una compleja representación, una imaginada fantasía, ilusoria imagen de lo que podría hacer en ese lugar, quizás arribar a un planeta extraño, en un movimiento de rotación, un aterrizaje que hace volar la arena de ese paraíso extrarrestre. Pero no es así, es solo una representación. Demasiados colores, hay algo que hace brillar esto. Unas ganas tremendas, me imagino, de patear horizontes. Interpretación de la representación. Interpretante interpretado. Desde afuera se ve como una bolsa de consorcio llena de métodos. Pero el plástico no es agua. ¿Cómo lo diluimos? De la bolsa saco el método ‘anhelo’. Por acá tiene que estar el ´desvío de la mirada´. Quizás este viaje me devuelva los gestos, eso sería fantástico.
Las rodillas están cansadas de esperar esa ruta prometida. Yo se que pronto llegará el momento para patear hasta el cansancio. Para nutrir las palmas de los pies con pastos de múltiples verdes, vivos, muertos, tropicales, andinos, orientales. Los ojos se preparan para achinarse al olvidado reflejo del Sol mañanero.
Está escritura está llegando a su fin. Mis pies rebotan, me piden una dosis de viento frío y pedaleo constante. Aunque el impulso quiere más inspiración. Joder.
Las hojas se levantan amarillas, las del sauce. Dame un degrade más. Estas negando las cajoneras en la parte inferior del ropero. Las niego porque no me sirven para nada. No hay candado que impida su apertura. Sin embargo, guardadas están, por alguna razón, no sirven como raíces. Una pequeña aireada no le vendría mal. A ver que sale de ahí adentro, unos cuántos murciélagos, mosquitos, nose como acuña vida este cajón. ¿Hay algo vivo por aquí? Solo ruidos que no paran de rebotar. ¿Algún interruptor volumétrico? No, al menos no cerca mío, está oscuro por aquí también. Solo titila esa lamparita de flashbacks. Si al menos quedará fija comprendería al recuerdo que representa, pero no hay caso, titila muy rápido. Nose para que estoy guardando estas cosas. Lo dejo abierto, a ver qué pasa. Se siente el viento acariciar la seda negra y se ve a la jauría de murciélagos perderse en sus brazos negros. Los mosquitos también. Quieren morir, que locura. Imposible. Abrámoslo un poco más, que le dé un poco la luz. Es puro polvo. Se elevan algunas partículas, se las lleva el viento hacia las guirnaldas negras. Ahora ya no son pequeñas partículas, esto es una tormenta de arena aspirada hacia la nada. Ahí está. Ese cajón lo tenía encima de la mejilla izquierda. Hacemos leña con este cajón por la noche, aseguramos unos pies calentitos. Esto dará lugar a nuevos vestidos o, porque no, bufandas y medias de lana, y muchas hojas de este sauce otoñal.